Cuando vemos que nuestro hijo expresa frustración respecto a su experiencia educativa debemos pensar que, en determinadas ocasiones, no será por voluntad propia del niño -no me da la gana seguir el ritmo del aula- sino por imposibilidad real del alumno -por mucho que me esfuerce no puedo seguir el ritmo del aula.
¿Por qué es importante la neuropsicología en el aprendizaje?
Todo el mundo entiende que un diabético deba inyectarse insulina. Todo el mundo entiende que si tienes los pies planos, tengas que llevar unas plantillas especiales. Y todo el mundo entiende que si tienes miopía, necesites llevar gafas. Ninguna de estas adaptaciones especiales las vemos como un agravio hacia quien no sufre estas disfunciones.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando a un niño le cuesta leer? ¿Qué pasa cuando a un alumno le cuesta estar atento? ¿Por qué vemos como un agravio para el resto de alumnos el trato diferenciado de un niño disléxico o con Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)?
El sistema educativo, históricamente, ha partido de la premisa errónea de que todos los individuos tienen un perfil cognitivo similar, y para ello deben alcanzar unos objetivos marcados del mismo modo en cada curso. Afortunadamente, cada vez somos más conscientes de que cada individuo, en el ámbito del aprendizaje, tiene unas peculiaridades propias.
El cerebro es específico para cada uno de nosotros: somos hábiles en determinadas tareas y podemos ser un desastre en otras. Es tan claro que a menudo nos sentimos identificados con el perfil cognitivo de nuestros hijos. Es normal que si un niño tiene unos padres o padre despistado, él pueda heredar esta peculiaridad.
Todo ello, aplicado al mundo del aprendizaje, se concreta en una idea: conocer la neuropsicología de un alumno (o lo que acontece es lo mismo, el funcionamiento de su cerebro) nos ayudará a hacer que este progrese de manera eficaz y tranquila.
“Nuestro hijo pequeño no quiere ir a la escuela y cada día llora. Dice que tiene dolor de cabeza, que se le borran las letras y que tiene que hacer demasiadas tareas". ¿Cómo podemos ayudarle?
Si decimos que la mayoría de niños prefieren jugar en el parque que ir a la escuela no estaríamos descubriendo la sopa de ajo. A veces, sin embargo, las protestas de los niños vienen fundamentadas por una mala experiencia directamente relacionada con un trastorno del aprendizaje. Si nuestro hijo, en edades tempranas, expresa ideas similares a las que se exponen a las del enunciado, es posible que sea como consecuencia de un sobreesfuerzo relacionado con una disfunción neurobiológica.
Padres y profesores tenemos tendencia a pensar que, si dejamos pasar el tiempo, este malestar de nuestro hijo desaparecerá, que el niño madurará. Pero esto no es así. Detectar un posible trastorno del aprendizaje a tiempo es la manera de reconducirlo y, a la vez, ayudar a que el niño no vea afectada su autoestima.
Los niños son inteligentes emocionalmente, no se desmotivan por qué sí. Cuando vemos que nuestro hijo expresa frustración respecto a su experiencia educativa debemos pensar que, en determinadas ocasiones, no será por voluntad propia del niño -no me da la gana seguir el ritmo del aula- sino por imposibilidad real del alumno -por mucho que me esfuerce no puedo seguir el ritmo del aula.
Para remediar esta situación, la solución pasa por valorar el perfil cognitivo del niño. Esto nos permitirá describir sus puntos fuertes y débiles, tener una fotografía de su capacidad de aprendizaje, y saber si algún trastorno interfiere en este proceso. Conociendo esto, será mucho más fácil trasladar en casa y en la escuela pautas básicas para evitar repercusiones académicas negativas, frustraciones y angustia. No debemos perder de vista que el cerebro de un niño es plástico, y como tal, las intervenciones tempranas serán decisivas a la hora de que los puntos débiles del niño dejen de serlo. Hay que tener presente que la prevención siempre es la mejor intervención, por tanto, si conseguimos adelantarnos a que aparezca un déficit, es un éxito.
La vía de acceso al aprendizaje
Actualmente, el sistema educativo de nuestro país gira en torno a un sistema de aprendizaje basado en tres pilares: escuchar, leer y escribir. La atención nos sirve para retener los conocimientos que nos traslada el profesor; la lectura la utilizamos para complementar los conocimientos impartidos en clase; y finalmente, a través de la escritura, demostramos que hemos podido alcanzar con éxito estos conocimientos.
¿Qué pasa, sin embargo, cuando un niño tiene, justamente, afectada la atención, la lectura y/o la escritura? La respuesta parece evidente: el proceso de aprendizaje no se completará con éxito, ya que el niño tendrá que hacer un sobreesfuerzo inmenso que no tendrá como premio unos buenos resultados académicos. Y como consecuencia de ello, la frustración, la ansiedad y la antipatía con todo lo que tenga que ver con la escuela.
En cambio, si a uno le cuestan las matemáticas, el deporte o la música, en la escuela no estaría en una situación tan desfavorecida porque estas habilidades solo implican un ámbito.
¿Por qué nos da miedo etiquetar o poner nombre a las dificultades del niño?
¿Cómo podemos dar una respuesta adecuada o remediar el problema en cuestión, si no sabemos exactamente qué le cuesta a nuestro hijo o hija? Debemos eliminar las connotaciones negativas a recibir un diagnóstico o poner nombre específico a las dificultades. Saber qué le pasa exactamente al niño es justamente lo que nos permitirá saber cómo lo tenemos que de ayudar. Tener un diagnóstico en el fondo es un factor protector. Quiere decir que sabemos exactamente qué hacer para que esta dificultad interfiera lo menos posible en su progreso académico y autoconcepto.
Los niños se dan cuenta de cuando algo les cuesta y negarlo no les ayuda. Es más, si no los ayudamos a entender qué les pasa, ellos solos se acabarán dando su propia explicación. El relato al que normalmente llegan ellos solos es que no son lo suficientemente inteligentes, y por tanto, su autoestima se afecta y generalmente se sienten a disgusto o mal.
Al final tenemos que tener claro que quizás tenemos mal entendidas las connotaciones que damos o nos evocan aquellas etiquetas. Hay que eliminar las creencias erróneas respecto a este tipo de diagnósticos. A un niño con dislexia lo único que le pasa es que le cuesta un poco leer y a un niño con TDAH le cuesta autorregularse. El grado de severidad de estos trastornos varía y las estrategias que tiene cada individuo también son diferentes, por lo tanto hay que romper con los tópicos a la hora de hablar sobre ello.
Esta información es de carácter divulgativo y no sustituye la tarea de los equipos profesionales de la salud. Si necesitas ayuda, ponte en contacto con tu profesional de referencia.
La mayoría de niños desearía no tener que hacer nunca más los deberes de la escuela, pero ya que esto difícilmente lo podrán evitar, ayudémosles a hacer los deberes con estos consejos prácticos.
Durante el primer año de vida, el niño juega explorando e interactúa con el mundo que le rodea con los cinco sentidos para comprenderlo. La mayor parte de su juego consiste en coger objetos y ponérselos en la boca, agitarlos, golpearlos o tirarlos.
Si cuando tu hijo era un bebé ya lo veías como un pequeño científico utilizando sus cinco sentidos y descubriendo el mundo que le rodea, ahora que tiene entre 1 y 3 años es verdaderamente un gran ingeniero y trata de entender cómo funcionan estos objetos.
Es habitual oír que el deporte tiene numerosos efectos positivos sobre la salud de los niños y los adolescentes, pero actualmente están apareciendo cada vez más estudios que constatan que también contribuye a mejorar su rendimiento académico.
Hoy en día, los padres se implican más que nunca en los deberes escolares de los hijos, pero no siempre de forma adecuada. Un mal apoyo puede generar dependencia al niño y transmitirle la idea de que es incapaz de hacerlos él solo.
Aprender a tolerar la frustración desde pequeños permite que los niños puedan enfrentarse de forma positiva a las distintas situaciones que se les presentarán en la vida.
Está ampliamente aceptado que la lectura es una actividad provechosa y recomendable a cualquier edad. No obstante, también es evidente que es más difícil adquirir ese hábito si no se empieza desde niño. He aquí algunas guías para conseguirlo.
Durante el crecimiento, los niños pasan por diversas etapas, y también lo hacen sus dibujos, que nos pueden dar pistas sobre su comportamiento y personalidad.
Cuanto más amplio es el vocabulario de un niño, más capaz es de expresar sentimientos y de compartir experiencias. Te explicamos algunas estrategias para conseguir enriquecer su repertorio de palabras.
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