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Aprender sin que haya un sobreesfuerzo añadido

Niña pensativa en la escuela. Freepik

Cuando vemos que nuestro hijo expresa frustración respecto a su experiencia educativa debemos pensar que, en determinadas ocasiones, no será por voluntad propia del niño -no me da la gana seguir el ritmo del aula- sino por imposibilidad real del alumno -por mucho que me esfuerce no puedo seguir el ritmo del aula.

¿Por qué es importante la neuropsicología en el aprendizaje? 

Todo el mundo entiende que un diabético deba inyectarse insulina. Todo el mundo entiende que si tienes los pies planos, tengas que llevar unas plantillas especiales. Y todo el mundo entiende que si tienes miopía, necesites llevar gafas. Ninguna de estas adaptaciones especiales las vemos como un agravio hacia quien no sufre estas disfunciones.

Sin embargo, ¿qué ocurre cuando a un niño le cuesta leer? ¿Qué pasa cuando a un alumno le cuesta estar atento? ¿Por qué vemos como un agravio para el resto de alumnos el trato diferenciado de un niño disléxico o con Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)?

El sistema educativo, históricamente, ha partido de la premisa errónea de que todos los individuos tienen un perfil cognitivo similar, y para ello deben alcanzar unos objetivos marcados del mismo modo en cada curso. Afortunadamente, cada vez somos más conscientes de que cada individuo, en el ámbito del aprendizaje, tiene unas peculiaridades propias.

El cerebro es específico para cada uno de nosotros: somos hábiles en determinadas tareas y podemos ser un desastre en otras. Es tan claro que a menudo nos sentimos identificados con el perfil cognitivo de nuestros hijos. Es normal que si un niño tiene unos padres o padre despistado, él pueda heredar esta peculiaridad.

Todo ello, aplicado al mundo del aprendizaje, se concreta en una idea: conocer la neuropsicología de un alumno (o lo que acontece es lo mismo, el funcionamiento de su cerebro) nos ayudará a hacer que este progrese de manera eficaz y tranquila.

“Nuestro hijo pequeño no quiere ir a la escuela y cada día llora. Dice que tiene dolor de cabeza, que se le borran las letras y que tiene que hacer demasiadas tareas". ¿Cómo podemos ayudarle?

Si decimos que la mayoría de niños prefieren jugar en el parque que ir a la escuela no estaríamos descubriendo la sopa de ajo. A veces, sin embargo, las protestas de los niños vienen fundamentadas por una mala experiencia directamente relacionada con un trastorno del aprendizaje. Si nuestro hijo, en edades tempranas, expresa ideas similares a las que se exponen a las del enunciado, es posible que sea como consecuencia de un sobreesfuerzo relacionado con una disfunción neurobiológica.

Padres y profesores tenemos tendencia a pensar que, si dejamos pasar el tiempo, este malestar de nuestro hijo desaparecerá, que el niño madurará. Pero esto no es así. Detectar un posible trastorno del aprendizaje a tiempo es la manera de reconducirlo y, a la vez, ayudar a que el niño no vea afectada su autoestima.

Los niños son inteligentes emocionalmente, no se desmotivan por qué sí. Cuando vemos que nuestro hijo expresa frustración respecto a su experiencia educativa debemos pensar que, en determinadas ocasiones, no será por voluntad propia del niño -no me da la gana seguir el ritmo del aula- sino por imposibilidad real del alumno -por mucho que me esfuerce no puedo seguir el ritmo del aula.

Para remediar esta situación, la solución pasa por valorar el perfil cognitivo del niño. Esto nos permitirá describir sus puntos fuertes y débiles, tener una fotografía de su capacidad de aprendizaje, y saber si algún trastorno interfiere en este proceso. Conociendo esto, será mucho más fácil trasladar en casa y en la escuela pautas básicas para evitar repercusiones académicas negativas, frustraciones y angustia. No debemos perder de vista que el cerebro de un niño es plástico, y como tal, las intervenciones tempranas serán decisivas a la hora de que los puntos débiles del niño dejen de serlo. Hay que tener presente que la prevención siempre es la mejor intervención, por tanto, si conseguimos adelantarnos a que aparezca un déficit, es un éxito.

La vía de acceso al aprendizaje

Actualmente, el sistema educativo de nuestro país gira en torno a un sistema de aprendizaje basado en tres pilares: escuchar, leer y escribir. La atención nos sirve para retener los conocimientos que nos traslada el profesor; la lectura la utilizamos para complementar los conocimientos impartidos en clase; y finalmente, a través de la escritura, demostramos que hemos podido alcanzar con éxito estos conocimientos.

¿Qué pasa, sin embargo, cuando un niño tiene, justamente, afectada la atención, la lectura y/o la escritura? La respuesta parece evidente: el proceso de aprendizaje no se completará con éxito, ya que el niño tendrá que hacer un sobreesfuerzo inmenso que no tendrá como premio unos buenos resultados académicos. Y como consecuencia de ello, la frustración, la ansiedad y la antipatía con todo lo que tenga que ver con la escuela.

En cambio, si a uno le cuestan las matemáticas, el deporte o la música, en la escuela no estaría en una situación tan desfavorecida porque estas habilidades solo implican un ámbito.

¿Por qué nos da miedo etiquetar o poner nombre a las dificultades del niño?

¿Cómo podemos dar una respuesta adecuada o remediar el problema en cuestión, si no sabemos exactamente qué le cuesta a nuestro hijo o hija? Debemos eliminar las connotaciones negativas a recibir un diagnóstico o poner nombre específico a las dificultades. Saber qué le pasa exactamente al niño es justamente lo que nos permitirá saber cómo lo tenemos que de ayudar. Tener un diagnóstico en el fondo es un factor protector. Quiere decir que sabemos exactamente qué hacer para que esta dificultad interfiera lo menos posible en su progreso académico y autoconcepto.

Los niños se dan cuenta de cuando algo les cuesta y negarlo no les ayuda. Es más, si no los ayudamos a entender qué les pasa, ellos solos se acabarán dando su propia explicación. El relato al que normalmente llegan ellos solos es que no son lo suficientemente inteligentes, y por tanto, su autoestima se afecta y generalmente se sienten a disgusto o mal.

Al final tenemos que tener claro que quizás tenemos mal entendidas las connotaciones que damos o nos evocan aquellas etiquetas. Hay que eliminar las creencias erróneas respecto a este tipo de diagnósticos. A un niño con dislexia lo único que le pasa es que le cuesta un poco leer y a un niño con TDAH le cuesta autorregularse. El grado de severidad de estos trastornos varía y las estrategias que tiene cada individuo también son diferentes, por lo tanto hay que romper con los tópicos a la hora de  hablar sobre ello.

Esta información es de carácter divulgativo y no sustituye la tarea de los equipos profesionales de la salud. Si necesitas ayuda, ponte en contacto con tu profesional de referencia.
Publicación:  28/03/2023 Última modificación:  21/02/2024
aprendizaje · neurodesarrollo
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Elisabet Ristol Orriols
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Neuropsicóloga especializada en: Trastornos del aprendizaje y neuropsicología infantil

Unidad de Trastornos del Aprendizaje Escolar

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