Los primeros auxilios psicológicos en niños de 6 a 10 años
La mayoría de nosotros sabe qué son los primeros auxilios y muchos hemos aprendido a aplicarlos. Consisten en una serie de acciones ordenadas que es recomendable que practiquen aquellos que primero llegan a un accidente o atienden a una persona que se ha lesionado.
En cambio, muy pocos hemos oído hablar de los primeros auxilios psicológicos (PAP).
Es un término reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha editado varias guías al respecto. Es aplicable a personas de todas las edades, pero aquí nos vamos a centrar en niños y adolescentes. Suele difundirse más bien en situaciones extraordinarias, como las catástrofes humanitarias. Sin embargo, por su alto valor preventivo, todas las personas y en especial las familias con niños deberían conocer los primeros auxilios psicológicos y saber aplicarlos en contextos de vida cotidiana.
¿Qué son los primeros auxilios psicológicos?
Los primeros auxilios psicológicos o PAP sirven para acompañar a los niños a enfrentarse a una situación difícil y extraordinaria, fuera de su vida diaria, a la que vamos a llamar incidente crítico (IC).
Deben aplicarse a cualquier situación que reúna los siguientes criterios:
Ser inesperada y encontrarse fuera de las vivencias habituales que ha tenido hasta el momento.
Suponer un cambio pasajero o permanente en las rutinas habituales del niño.
Para ser efectivos deben de aplicarse desde los momentos inmediatamente posteriores al incidente.
Si el incidente crítico es puntual, la pauta requiere aplicar los PAP durante al menos las 72 horas posteriores y, como máximo, durante una semana, periodo tras el cual la situación de estrés se habrá reconducido.
Si el IC es de largo recorrido, se aplicarán durante todo el periodo de su duración y hasta al menos un mes tras finalizar el incidente.
A partir de la edad escolar, el niño tiene una mayor madurez cognitiva. Por este motivo es especialmente sensible a entender, pero sobre todo a malinterpretar, cualquier retazo de conversación o información. Además, sabrá captar como pocos si los adultos le dicen una cosa, pero en realidad sienten otra: detectará enseguida el miedo o la angustia de los padres y verá que no es coherente con los mensajes verbales tranquilizadores que se le ofrecen.
Contener: en la medida de lo posible, intenta conseguir que las emociones del niño no se desborden. Consigue un equilibrio entre la expresión de sus emociones, entre el llanto y el miedo, y el control racional de estos miedos. Atiende y registra los miedos del niño, pero responde siempre que pueda a sus pensamientos e intenta, si puedes, no dejarte contagiar por la elevada emocionalidad del niño. El contacto corporal con el niño te ayudarán en estas tareas.
Calmar: trata de hablarle en voz baja, suavemente. Procura ofrecerle motivos y razones para que se tranquilice. Trata de buscar alguna situación previa, en la que el niño también tuvo miedo, y hazle ver que pudo controlar su miedo. No le responsabilices de sus miedos, diciéndole que si se calma todo irá mejor. Posiblemente eso no sea cierto.
Informar: háblale con un lenguaje adecuado a su edad. Explícale el suceso de una forma simple y honesta, sin minimizarlo, pero tampoco exagerando sus consecuencias. Pon especial esmero en que el niño pueda entender cuáles van a ser los siguientes pasos. Trata de responder todas sus preguntas: es importante mantener al niño informado sobre cualquier problema que le afecta directamente. No te canses de ofrecerle explicaciones sencillas cuando sea necesario (incluso a diario). Es posible que el niño, entendiendo que no se le ofrecen buenas noticias ni soluciones rápidas, no quiera hablar ni escucharte. Insiste con suavidad, logrando un buen equilibrio entre distracción y afrontamiento. Es muy importante averiguar qué otras palabras o explicaciones ha oído el niño y corregir o complementar lo necesario. A veces, familiares cercanos o amigos hacen comentarios inquietantes para el niño. Si el incidente crítico tiene que ver con la muerte de alguien cercano, aborda el tema de forma directa, sin dar rodeos, explicando su carácter permanente y la tristeza que causa a los familiares, …
Normalizar: ayuda al niño a explicar cómo se siente, poniendo nombre a sus emociones (muchas veces los sentimientos son compartidos con los adultos). Díle que está muy bien expresar los sentimientos, pero no le fuerces a hacerlo. Posiblemente, el niño reaccione con irritabilidad y/o agresividad. No hagas ver que no lo notas: díle con suavidad que comprendes que está asustado o enfadado, pero que poco a poco tiene que intentar no estar enfadado.
Consolar: anima al niño a que dibuje o juegue acerca del suceso (le ayudará y así entenderás cómo el pequeño ha entendido lo sucedido). Procura mantener al máximo las rutinas familiares. Busca un buen equilibrio entre momentos de distracción y otros en los que afrontar lo que ocurre. En la medida de lo posible, permítale hacer tareas productivas y apropiadas a su edad. Fomenta que, en la medida de lo posible, mantenga el contacto con sus amigos y sus compañeros de colegio (las actuales tecnologías y redes sociales lo facilitan mucho). Permite que el niño participe en rituales de duelo culturales y religiosos…
¿Qué reacciones podemos esperar con niños de 6 a 10 años?
Las reacciones más frecuentes que podremos observar durante e inmediatamente después de un incidente crítico son:
Mostrarse más callado o agitado de lo normal
No hablar en absoluto: se mantiene en silencio ya que tiene dificultad para expresar lo que está molestándole
O la tendencia opuesta: demandar de forma constante información sobre lo ocurrido, en concreto sobre detalles sin importancia del incidente crítico
Sentir un miedo generalizado: de estar solos y de separarse de sus cuidadores principales
Sentir incertidumbre respecto a su seguridad. Suelen aparecer muchas preguntas acerca de diversos supuestos: ¿morirán sus padres?; ¿quién le cuidaría entonces?; ¿volverá a la escuela?, etc.
Perder autonomía, volviendo a estados de desarrollo previos: chuparse el dedo, orinarse en la cama, hablar como un niño pequeño, necesidad de que lo cojan en brazos, etc.
Presentar alteraciones del sueño: miedo a estar solo de noche, pesadillas, levantarse asustado, etc.
Las conductas anteriormente descritas son respuestas esperables en los niños tras vivir un incidente crítico y, como tales, absolutamente adaptativas. Suelen disminuir de forma gradual cuando acaba la fase más aguda del incidente crítico y desaparecer al cabo de unas cuatro semanas aproximadamente.
Si se prolongaran mucho más, lo adecuado es consultar a un psicólogo especialista en estrés agudo y/o trauma infantil.
Finalmente,es importante recordar que cada niño es diferente, no siempre sabe lo que pasa, desconoce la relevancia de lo que está pasando, se muestra asustado y a veces no sabemos cómo tranquilizarlo y se crea una situación estresante para las familias. Por ello, no dudes en preguntar y en solicitar ayuda siempre que lo necesitespara poder gestionar la situación de la mejor manera posible.
Esta información es de carácter divulgativo y no sustituye la tarea de los equipos profesionales de la salud. Si necesitas ayuda, ponte en contacto con tu profesional de referencia.
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