Padres que no quieren vacunar a sus hijos: ¿qué riesgos implica para la salud de los niños?
La inmunización de los niños contra los agentes infecciosos (vacunación) ha sido considerada una de las intervenciones sanitarias más importantes del siglo XX.
Gracias a las vacunas se ha eliminado la viruela en todo el mundo, la poliomielitis en la mayoría de los países e infecciones comunes como la difteria, el tétanos o el sarampión son raras hoy en día. Las inmunizaciones pediátricas son responsables de prevenir aproximadamente 20 millones de muertes en 20 años (desde 2001 hasta 2021).
Pese a estos datos, algunos padres continúan rechazando las vacunas para sus hijos.
Interés comunitario y salud pública
Los beneficios proporcionados por la mayoría de las vacunas exceden el beneficio de la persona que está inmunizada: también hay un importante beneficio para la salud pública.
Los padres que optan por no inmunizar a sus hijos aumentan el potencial de daño en otras personas (por ejemplo, en niños que no pueden ser inmunizados por problemas de salud, etc.).
La decisión de negarse a inmunizar a un niño se hace menos arriesgada cuando las demás familias sí vacunan a sus hijos, puesto que el niño no vacunado recibe inmunización de grupo o de rebaño... Es decir, el niño no vacunado se “beneficia” de que la mayoría de los niños sí que lo están y que, por tanto, la enfermedad no está “circulando”.
La función del pediatra
El hecho de que cada vez haya más familias que no quieren vacunar a sus hijos traduce una falta de confianza de algunos padres respecto a la opinión médica.
Ante la decisión de inmunizar un niño, el bienestar del niño debería ser el foco principal. Sin embargo, los padres pueden no estar siempre de acuerdo sobre lo que constituye lo mejor para un niño/a, pero ¿de qué manera debe responder un pediatra a los padres que rechazan la inmunización?
En primer lugar, el pediatra debería escuchar con atención y respeto las inquietudes de los padres, reconociendo que algunos padres no pueden utilizar los mismos criterios de decisión que el médico. Las vacunas son muy seguras, pero no son libres de riesgo, ni son 100% efectivas. Esto representa un dilema para muchos padres y madres que no se debe minimizar. El pediatra debería compartir honestamente qué se conoce sobre los riesgos y los beneficios de la vacuna en cuestión, tratar de entender las preocupaciones de los padres sobre la inmunización e intentar corregir posibles percepciones erróneas y la desinformación.
Los pediatras también deben ayudar a los padres a entender que los riesgos de cualquier vacuna no deben considerarse de manera aislada, sino en comparación con los riesgos de quedar sin inmunización.
Muchos padres tienen inquietudes relacionadas con una o dos vacunas específicas. Una estrategia útil para trabajar con familias que rechazan la inmunización es discutir cada vacuna por separado. Los beneficios y los riesgos de las vacunas difieren, y un progenitor que se resiste a aceptar la administración de una vacuna puede estar dispuesto a permitir otras.
¿Por qué preocupan las vacunas?
La principal preocupación de los padres es que las vacunas a menudo contienen conservantes, adyuvantes, aditivos o residuos de fabricación, además de inmunógenos específicos de patógenos. Algunos padres y madres, alertados por historias en los medios de comunicación o información contenida en las redes, tienen miedo de que algunas de las sustancias contenidas en las vacunas puedan hacer daño a sus hijos.
En 2016 se publicó un estudio en España en el que se encuestó a los padres sobre por qué no vacunaban a sus hijos. Entre sus respuestas se encontraba: presencia de mercurio en las vacunas (100%), miedo al desarrollo de autismo (90%), presencia de aluminio en las vacunas (85%), presencia de conservantes y estabilizantes en las vacunas (70%), miedo a la reacción alérgica anafiláctica (65%), miedo al desarrollo de enfermedades neurológicas (65%).
Varios estudios han revisado las cantidades de tiomersal, aluminio, gelatina, albúmina sérica humana, formaldehído, antibióticos, proteínas de huevos y proteínas de levadura en las vacunas. Tanto la gelatina como las proteínas de huevo están contenidas en vacunas en cantidades suficientes para inducir casos raros de alergia grave. Sin embargo, no se ha encontrado que las cantidades de mercurio, aluminio, formaldehído, albúmina sérica humana, antibióticos y proteínas de levadura en vacunas sean nocivas en humanos o animales experimentales.
Las vacunas contienen virus vivos, virus muertos, proteínas virales purificadas, toxinas bacterianas inactivadas o polisacáridos bacterianos. Además de estos inmunógenos, las vacunas suelen contener otras sustancias. Por ejemplo, las vacunas pueden contener conservantes que evitan la contaminación bacteriana o fúngica (tiomersal); adyuvantes que mejoran las respuestas inmunes específicas de antígenos (sales de aluminio); o aditivos que estabilizan virus en vivo y atenuados (gelatina, albúmina sérica humana). Además, las vacunas pueden contener cantidades residuales de sustancias utilizadas durante el proceso de fabricación (formaldehído, antibióticos, proteínas de huevos, proteínas de levadura).
Algunos padres están preocupados porque sustancias como el tiomersal, el formaldehído, el aluminio, los antibióticos y la gelatina son perjudiciales. Revisemos los datos de seguridad obtenidos de la exposición humana y los estudios de animales experimentales que se ocupan de estas preocupaciones:
Conservantes
Los conservantes son uno de los elementos más cuestionados de las vacunas. La exigencia de conservantes en vacunas surgió tras muchos incidentes a principios del siglo XX de niños que desarrollaron infecciones bacterianas severas, y ocasionalmente mortales, tras la administración de vacunas. Se han utilizado principalmente tres conservantes: fenol, 2-fenoxietanol y tiomersal.
- El tiomersal es un conservante que contiene mercurio. La atención de los medios de comunicación ha hecho que algunos padres teman que el tiomersal contenido en las vacunas pueda causar algún daño neurológico a sus hijos. Las vacunas de calendario actuales que se administran en la infancia no contienen tiomersal y las que lo incluyen es tan solo en cantidades ínfimas (trazas) La eliminación del tiomersal de las vacunas se precipitó por una enmienda a la Ley de modernización de la Administración de alimentos y drogas (FDA), que se firmó el 21 de noviembre de 1997.
- La seguridad del aluminio se ha establecido a partir de la experiencia durante los últimos 70 años, con cientos de millones de personas inoculadas con vacunas que contienen aluminio. En pocas ocasiones se han observado reacciones adversas que incluyen enrojecimiento o nódulos en la piel. Las vacunas que contienen aluminio no son la única fuente de exposición de aluminio para los lactantes. Dado que el aluminio es uno de los elementos más abundantes de la corteza terrestre y está presente en el aire, alimentos y aguas, todos los lactantes están expuestos al aluminio en el medio ambiente. Por ejemplo, las vacunas contienen cantidades de aluminio similares a las que figuran en las fórmulas para niños. Como grandes cantidades de aluminio pueden causar efectos neurológicos graves en humanos, se concluyó que el nivel mínimo de riesgo para la exposición era de 2 mg/kg/día. La vida media de eliminación de aluminio en el cuerpo es de aproximadamente 24 horas. Por lo tanto, la carga de aluminio al que los niños se exponen en los alimentos y las vacunas es claramente inferior.
Aditivos
Los aditivos se utilizan para estabilizar las vacunas frente condiciones adversas como la liofilización o el calor. Además, se añaden aditivos a las vacunas para evitar que los inmunógenos se adhieran al lado del vial. Los tipos de estabilizadores utilizados en las vacunas incluyen azúcares (sacarosa, lactosa), aminoácidos (glicina, sal monosódica de ácido glutámico) y proteínas (gelatina o albúmina sérica humana).
Fabricación de residuos
Las cantidades residuales de reactivos que se utilizan para hacer las vacunas están claramente definidas y bien reguladas por la FDA. Los agentes inactivantes (formaldehído), antibióticos y residuos celulares (proteínas de huevo y levadura), que pueden contener en el producto final, separan la inmunogenicidad de un patógeno desde su virulencia eliminando los efectos nocivos de las toxinas bacterianas o la eliminación de la capacidad de los virus infecciosos para replicarse.
Ante cualquier duda o preocupación en relación a las vacunas, es aconsejable consultarlo con vuestro pediatra o especialista de referencia.
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