Os contamos la historia de una robot muy especial que nos acompañará de ahora en adelante.
A las afueras de la gran ciudad, junto al río, había una fábrica de robots. Todo el mundo que trabajaba allí pasaba horas y horas diseñando, probando y poniendo en marcha todo tipo de máquinas inteligentes. Pequeñas, grandes, de colores llamativos, con brazos largos, piernas cortas, ojos grandes, de acero o de aluminio, con luces o sin ninguna. Cada una con una misión diferente, pero todas pensadas para ser eficientes y productivas.
Entre cientos de máquinas y androides en construcción nació Diina, una robot pequeña y redondita diseñada y programada para entender y acompañar a las personas. La ingeniera que la creó quería que fuera amable y cercana, pero algo no acababa de funcionar. Por mucho que intentaba que Diina caminara en línea recta, se movía de un lugar a otro haciendo pequeños giros hacia el lado. La antena que le había instalado no se activaba y no podía captar nada de lo que pasaba a su alrededor. Uno de los ojos no se encendía y Diina solo veía la mitad. La ingeniera hizo todo lo posible para intentar arreglarla y que funcionara a la perfección, pero desafortunadamente la consideraron un modelo defectuoso y la descartaron. La pusieron en una caja de cartón y la lanzaron al contenedor de residuos electrónicos. En unos días llegaría el camión que se la llevaría al vertedero y sería su final.
Diina intentaba atraer la atención de las pocas personas que pasaban por allí haciendo ruidos de robot. Biip-biip, clank-clank, meec-meec, pero eran demasiado débiles. Solo alguna persona atenta y con buen oído podría escucharla. Probó encender las luces de sus tres botones, tal vez así la vieran desde más lejos.
A pocas calles de allí vivía Jana, una chica curiosa, valiente y con un corazón inmenso. Le encantaba hacer sus propios inventos, por eso, de vez en cuando, pasaba por la fábrica y sin que nadie la viera rescataba cables, tornillos, trozos de aluminio o alguna pieza extraña. Una de esas tardes de primavera, al salir de la escuela, fue hacia la fábrica. Necesitaba material para el nuevo proyecto de tecnología y tal vez allí encontraba lo que necesitaba. Revolviendo entre cartones y cables pelados vio que algo se iluminaba. Apartó los restos de materiales y, allí al fondo, en una caja medio deshecha, encontró a Diina, que ya estaba muy débil y casi apagada. Jana, encantada con el hallazgo, la sacó de la caja con mucho cuidado.
- ¡Oooh, pequeña! ¿Qué te ha pasado? Pareces una robot muy especial.
Diina, al escuchar la dulce voz de Jana, le respondió con un ruidito de agradecimiento y felicidad.
- ¡Bip-bip! ¡Bip-bip!
- Ahora mismo te llevaré a un lugar que conozco muy, muy bien. Allí te ayudarán y te cuidarán.
Con mucho esfuerzo, Jana colocó a Diina en la bicicleta y la llevó al Hospital Sant Joan de Déu. Su hermano Pau había estado ingresado allí durante muchos meses y cuando iba a visitarlo veía que allí hacían cosas extraordinarias. Ahora ya estaba en casa y volvía a ser el hermano mayor al que ella tanto quería.
El equipo del hospital enseguida vio que Diina era una robot única. Decidieron repararla y, sobre todo, escucharla. Con paciencia y la colaboración de ingenieros, enfermeras y educadores, lograron que Diina caminara sin dificultades, que pudiera comunicarse a su manera a través de la antena, y encontraron una solución para que viera con claridad. Lo único que no cambiaron fue su manera de ser. Así se lo prometieron a Jana. Los defectos y las pequeñas imperfecciones eran parte de Diina. Enseguida, se convirtió en una integrante muy querida del equipo.
Ahora Diina vive en el Hospital Sant Joan de Déu y acompaña a los niños y niñas, y sus familias. Si la veis por algún pasillo, solo tenéis que acercaros y saludarla. Ella enseguida os responderá:
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