Educar sin levantar la voz. Cómo pasar del grito al diálogo
Como padre, reconocerás que tus hijos te han enervado en más de una ocasión, cuando no obedecen, cuando te ignoran, cuando te contradicen... y que gritarles puede resultar una herramienta de resultado fácil.
Sin embargo, este hábito es poco recomendable si quieres inculcar buenos comportamientos, disciplina a largo plazo y una relación sana en el seno de la familia. El grito no es sólo un método de corto recorrido, sino que, además, puede tener consecuencias indeseables en el desarrollo de tus pequeños.
Los efectos negativos de los gritos son mucho mayores que los escasos beneficios que pueden aportar en momentos puntuales. En consecuencia, tienes que trabajar actitudes y modos de afrontar situaciones complejas para dejar atrás los monólogos en tono de voz elevada dirigidos a tus hijos y poner en práctica diálogos respetuosos con ellos.
Daños limitantes e irreversibles
Educar mediante gritos genera un malestar constante, estrés, problemas de concentración, desmotivación, frustración, rabia, baja autoestima, desatención, etc. Tus hijos responderán de la misma forma y no sólo te gritarán a ti, sino que también lo harán en otros entornos, en la escuela, con los amigos en sus actividades de ocio, etc.
Además, estudios psiquiátricos elaborados en el ámbito norteamericano han demostrado que estas prácticas pueden, incluso, alterar significativamente y para siempre la estructura de los cerebros de los niños.
Alternativas a levantar tu voz
La conexión emocional con tus hijos es fundamental para la disciplina. Por ello, es tan importante cultivar, día a día, a través de pequeños momentos, la complicidad con ellos. Cuando los niños se sienten seguros y amados se encuentran más receptivos al diálogo y a entrar en razón antes de que estalle un conflicto a gritos.
Los expertos proponen a los padres poner en marcha cuatro prácticas positivas para lograr armonía en casa:
Antes de levantar la voz, un respiro. Es recomendable que como padre, te avances al momento de pérdida de control para evitar los gritos. Por ejemplo, saliendo de la zona de conflicto durante breves momentos. Con ello, podrás replantearte la situación, respirar profundamente y calmarte. De esta manera, también enseñarás a tus hijos a gestionar de una forma saludable situaciones de conflicto y a fijar dónde se encuentran los límites de la convivencia.
Habla sobre las emociones. El enfado o la rabia son sentimientos habituales, pero también lo son la alegría, la tristeza, los celos o la frustración. Todas las emociones forman parte de la condición humana y debes enseñar a tus pequeños que son normales, pero que deben ser gestionadas coherentemente y con respeto. Por este motivo, es primordial el diálogo, hablar con tus hijos a menudo de la variedad de sentimientos que pueden experimentar y animarlos a desarrollar actitudes respetuosas tanto para ellos mismos como en sus relaciones con la familia y con amigos.
Dirige el mal comportamiento con calma, pero firmemente. Es normal que los niños se porten mal en algún momento porque forma parte del proceso de su propio crecimiento. Habla con tus hijos firmemente, respetando su dignidad, pero dejando claro que ciertos comportamientos son intolerables. En esta conversación debes poner la mirada a su mismo nivel y estar próximo, incluso cogerles de la mano. Las perspectivas de arriba a abajo o distanciada no ayudan a resolver el enfrentamiento.
Evita las amenazas. Aplicar castigos o amenazas crea en los niños más sentimiento de enfado, resentimiento y, en definitiva, agrava el conflicto. Además, a largo plazo, pueden limitar el desarrollo de las bases de una correcta disciplina. Ambos, castigos y amenazas, humillan y avergüenzan a los pequeños, con lo que generas en ellos sentimientos de inseguridad. De hecho, una alternativa es mostrar a tus hijos las consecuencias positivas de un buen comportamiento.
Beneficios para la personalidad
Aportar serenidad a la resolución de momentos críticos con tus hijos va a ser una clave no sólo en la constitución de su carácter, sino también de su personalidad y su capacidad para afrontar situaciones complejas en todos los ámbitos.
Los gritos pueden aparecer en momentos esporádicos, sin mayor trascendencia y como resultado del empecinamiento de los niños o del estrés y responsabilidades que arrastran los padres. Sin embargo, la práctica habitual de educar elevando la voz, imponiendo situaciones, requiere de un replanteamiento en su totalidad.
El grito es la respuesta rápida, pero como padre debes recapacitar y replantear los conflictos con sosiego y dialogar con tus hijos. La conversación calmada, la escucha activa de todos los argumentos, e incluso, la opción de pedir perdón desde ambas partes, serán imprescindibles para una convivencia más agradable.
Esta información es de carácter divulgativo y no sustituye la tarea de los equipos profesionales de la salud. Si necesitas ayuda, ponte en contacto con tu profesional de referencia.
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