Niños y embarazadas, especialmente vulnerables
En los últimos años, tanto la Organización Mundial de la Salud como la Unión Europea, han manifestado su gran preocupación por la contaminación que padecen nuestros ecosistemas: el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos, el contexto socioafectivo en el que vivimos, son algunos ejemplos. Pero no hace falta que sean las instituciones las que nos alerten de esta situación; como profesionales sanitarios vemos las consecuencias cada día en nuestra consulta (sobrepeso y obesidad, alergias y asma en aumento, problemas de salud mental, etc.).
Los principales afectados de esta degradación ambiental son los niños y, si no hacemos nada al respecto, aun lo serán más las generaciones futuras. Según las Naciones Unidas, a principios del siglo XXI, los menores de cinco años - aunque tan solo representan el 15% de la población mundial - recibían el 43% de la carga de enfermedades ambientales.
Los datos no son demasiado optimistas, ya que en este mismo grupo de edad encontramos hasta un 88% de la carga de enfermedades atribuibles al cambio climático, afectando directamente su calida de vida y la esperanza de vida. Además, es importante remarcar que allí donde vivimos, y nuestro estatus socioeconómico, determina y determinará aun más en un futuro, la magnitud de este impacto, siendo las zonas y países más pobres los más afectados.
Se debe tener presente que la población infantil y las mujeres embarazadas son especialmente vulnerables al ambiente donde viven, por sus características físicas, biológicas y conductuales. Los niños presentan una inmadurez biológica fisiológica, tienen un mayor consumo energético y metabólico (comen más, beben más líquidos y respiran más aire por kg de peso que los adultos), son más espontáneos, curiosos y confiados frente a su entorno (hecho que provoca una mayor indefensión frente a las agresiones externas). Atendiendo a su altura - sobre todo los dos primeros años de vida - respiran compuestos orgánicos volátiles que son más densos y pesados que el aire, vivirán más años expuestos a tóxicos y noxas ambientales y lo más importante de todo, no tienen capacidad de decisión para poder evitar o disminuir estas exposiciones.
En el último Informe FAROS, "El ambiente y su impacto en la salud matenoinfantil: ¿a qué nos enfrentamos?" se exponen diferentes aspectos que pueden impactar en los niños y las embarazas, invitándonos a la reflexión y a la sensibilización frente a esta situación. Todas las temáticas tienen su relevancia, pero querría remarcar el capítulo que hace referencia a la necesidad de la renaturalización de nuestra infancia. Es imprescindible reconectar con lo que somos: naturaleza.
Tan solo descubriéndola y conociéndola podremos aprender a cuidarla y quererla, y de esta manera, cambiar el rumbo actual de su degradación.
La responsabilidad de los profesionales de la salud
La necesidad de un abordaje medioambiental de la salud infantil es urgente y será imprescindible y decisivo en este siglo XXI. De aquí nace la Salud Medioambiental Pediátrica (SMAP) o Pediatría Ambiental. Con este objetivo, e incluyendo en este abanico también a la mujer embarazada, el Hospital Sant Joan de Déu ha apostado por la creación de la Unidad de Salud Medioambiental Maternoinfantil.
Como profesionales de la salud maternoinfantil somos responsables de proteger esta vulnerabilidad. Necesitamos cambiar el enfoque y ponernos "unas gafas de salud medioambiental" en nuestra práctica clínica. No hay otro camino posible, ya que no habrá salud maternoinfantil sin salud planetaria.