Cómo desarrollar estrategias de afrontamiento en niños y adolescentes
El estrés, entendido como el resultado de las presiones rutinarias de la vida que puede repercutir tanto a nivel físico como mental y social, se ha asociado típicamente a la edad adulta, pero está demostrado que también puede repercutir en otras etapas de la vida, como en la infancia y la adolescencia.
Cuando los niños se encuentran con una situación que les supone un reto, necesitan poner en marcha alguna estrategia para desplegar los recursos que tienen disponibles para afrontarla. Estas estrategias son las que llamamos de afrontamiento.
Las estrategias de afrontamiento no son sólo importantes para la parte práctica que implica poder afrontar una situación de forma eficaz, sino que también tiene un gran impacto en el desarrollo del bienestar psicológico de los niños y niñas. De hecho, la capacidad de hacer frente a eventos estresantes y regular las emociones puede ayudar a reducir el riesgo de psicopatología durante la infancia y la adolescencia.
A lo largo de la vida vamos a desarrollar diferentes estrategias que pueden variar en función de múltiples factores como nuestras características personales, de la situación o del momento vital en el que nos encontramos. Todas las formas de afrontar una situación complicada pueden ser válidas en un momento determinado, aunque sabemos que algunas se relacionan con una mayor adaptación para el niño.
Hay muchas formas de clasificar y entender las estrategias de afrontamiento, a continuación describimos las principales:
Estrategias de afrontamiento dirigidas al problema
Las estrategias de afrontamiento dirigidas al problema tratan de modificar la situación o resolver el problema para que deje de suponer una amenaza para el individuo.
Algunos ejemplos serían cuando nos centramos en pensar cuál es el problema y hacer todo lo posible para solucionarlo, como por ejemplo estudiar con más días de antelación por un examen, o pedir ayuda a un amigo o maestro si tengo dudas, buscar información para estar más preparado, etc.
Todas estas serían estrategias centradas en solucionar el problema, que a menudo pueden ser útiles. Pero en ocasiones, ante un problema o situación de estrés, la persona se siente desbordada y hace todo lo contrario: huir; hay muchas formas de huir o evitar los problemas, como por ejemplo la evitación que hace un adolescente que cuando siente mucha angustia y le da vergüenza hablar en público, y no se presenta el día que debe hacer una presentación ante la clase; o bien un niño/a de 10 años que vive con muchos nervios y ansiedad cuando está lejos de sus padres, evitando ir de convivencias con sus compañeros.
En estos casos, la conducta de evitación sería desadaptativa porque al no hacer frente a una situación valorada cognitivamente como temida, pierde oportunidades de relación socioemocional necesarias para el desarrollo, y puede repercutir negativamente en su autoeficacia y autoestima “no soy capaz”, a la vez que, probablemente mantiene el problema, porque a medida que evitamos lo que nos da miedo, esta emoción se va haciendo progresivamente mayor.
Estrategias de afrontamiento dirigidas a regular la emoción
Las estrategias dirigidas a regular la emoción tienen como objetivo gestionar la respuesta emocional ante esta situación estresante para convertir una situación que podía ser percibida como amenaza en una oportunidad para aprender a salir adelante.
Calmarnos, respirar y pensar antes de actuar son formas no directas de afrontar los problemas, pero sí muy útiles porque nos permite pensar con claridad y encontrar soluciones para resolver los problemas. También nos ayuda a mejorar la relación con los demás, evitando que nuestra conducta sea una reacción a la emoción de rabia.
Otra estrategia muy útil en esta categoría es cuando explicamos y expresamos nuestras emociones y problemas a personas de confianza. Buscar apoyo social es un factor esencial para fomentar la resiliencia frente a los problemas. Sabemos que aislarse de los demás cuando estamos angustiados o incluso negarnos el problema (hacer como si no ocurriera nada), son maneras de afrontar los problemas que a la larga generan un mayor malestar.
No olvidemos el peso que en algunas personas tiene la fe y espiritualidad, así como la práctica del deporte, como conductas que ayudan a regular las emociones generadas ante situaciones específicas.
Estrategias de afrontamiento de reformulación y cambio de significado del problema
En ocasiones nos enfrentamos a acontecimientos que en realidad no podemos resolver o cambiar, como podría ser el diagnóstico de una enfermedad crónica o la muerte de un ser querido. Cuando no hay salida, contemplar el problema desde distintos puntos de vista puede ayudarnos a crecer y sacar un aprendizaje de la situación.
Por ejemplo, un adolescente puede sentirse muy frustrado porque ha suspendido la selectividad, pero también puede pensar (cuando gestione primero la emoción, probablemente), que ahora ya sabe en qué consiste el examen, puede pensar en qué errores ha cometido y prepararse mucho mejor para la próxima ocasión.
Cómo podemos ayudar a nuestros hijos e hijas a adquirir estrategias de afrontamiento
El estilo de afrontamiento es único, es decir, cada uno lo hace de formas distintas, no hay "una única manera perfecta" de hacerlo; y además, el afrontamiento de los problemas es variable en una misma persona: puede que primero nos pongamos muy nerviosos y nos quejemos mucho de la situación, y que después intentemos hablar con otras personas y pensar en soluciones.
Al igual que otros procesos básicos como el habla, las estrategias de afrontamiento son aprendidas desde edades muy tempranas, teniendo un papel esencial el entorno familiar y social sobre este aprendizaje.
Los padres podemos influir en el estilo de afrontamiento de nuestros hijos a partir del apoyo y los recursos que proporcionamos, las enseñanzas directas, las anécdotas narradas (“cuando yo me encontraba en una situación así, me ayudaba…”) y el aprendizaje por imitación, que sería por ejemplo cuando respondo con calma a una respuesta que no me ha gustado de mi hijo, o cuando menos, cuando expreso “voy a darme unos minutos antes de responder a esto que está pasando”.
Aunque hay muchas formas de ayudar a nuestros hijos/as a ir adquiriendo estrategias de afrontamiento que les ayuden a gestionar el malestar inherente a la vida, a continuación indicamos algunos ejemplos que pueden ser útiles:
- Proporcionar ambientes seguros y de protección en los que se sientan queridos y crezcan con seguridad y autoconfianza en sí mismos/as.
- Facilitar la expresión de miedos y preocupaciones que puedan estar causando la evitación del afrontamiento: preguntar cómo se siente y qué le preocupa. En caso de que no quiera hablar de ello, no es conveniente forzarlo, pero podemos expresar nuestra disponibilidad para cuando esté preparado.
- Validar las manifestaciones (verbales o no verbales) del malestar de nuestros hijos/as para acompañarle a transitar estas emociones más incómodas.
- Ayudar a no anticiparse, a centrarse en el aquí y ahora y en buscar estrategias que le ayuden a estar mejor en este momento.
- Acompañarle a valorar aspectos positivos de la situación que quizás no ha identificado, intentando salir del blanco-negro con lo que a veces miramos las experiencias vividas.
- Implicar al niño en la toma de decisiones, ayudar a tener sensación de control respecto a la situación.
- Adoptar una actitud que le ayude a resolver el problema: plantear preguntas como: “¿qué puedes hacer para solucionarlo? ¿Cómo podrías hacerlo?”. Es importante que proporcionemos nuestro apoyo y le acompañemos para que pueda aprender de forma autónoma en lugar de decirle nosotros directamente lo que haríamos.
- Mostrarnos optimistas: se ha demostrado que el aumento de la esperanza se relaciona con la resiliencia. Puede ser de ayuda establecer metas alcanzables a medio y largo plazo sobre aspectos que sean valorados positivamente por nuestro hijo/a.
- Animar a nuestro hijo y reforzarlo por cada avance que consiga.
Por último, recordemos que la forma en que afrontamos los problemas es el elemento clave que determina si un problema normal puede llegar a desbordarnos, si se solucionará o se alargará mucho en el tiempo.
Si detectamos que con frecuencia nuestro hijo/a evita situaciones que le generan malestar, se queja y bloquea ante un problema, expresa soledad y desesperanza, o pide ayuda explícitamente, podemos contactar con profesionales de la salud mental para que valoren y acompañen en la gestión del malestar.
Escrito por:
Laura González Riesco