La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solo como la ausencia de enfermedades o afecciones. En este contexto, el bienestar emocional es una percepción personal y subjetiva de sentirnos cómodos con nosotros mismos y con el entorno, de ser quienes somos, de hacer lo que hacemos y de vivir como vivimos, incluidas las relaciones con otras personas.
Este bienestar también incluye los deseos, las metas y las necesidades; los factores ambientales que nos afectan y las experiencias que tenemos a lo largo de la vida; así como los aspectos físicos, mentales y sociales. El bienestar emocional implica disfrutar de una existencia satisfactoria, con equilibrio y armonía en los diferentes aspectos de la vida. Pero no de forma estática, sino dinámica, con una mentalidad de crecimiento.
La mentalidad de crecimiento es la creencia íntima de que uno puede seguir progresando a nivel personal, académico y profesional, que puede afrontar nuevos retos sabiendo que tiene estrategias suficientes para superarlos y que siempre puede aumentar, aunque sea ligeramente, sus talentos y habilidades, así como adquirir otros nuevos. Esta mentalidad —que se opone a la mentalidad fija, o la creencia de que no podemos hacer nada para progresar— genera sentimientos subjetivos de bienestar en quienes la tienen.
¿Bienestar o felicidad?
Sin embargo, es necesario hacer una aclaración: el bienestar no equivale a felicidad.
A menudo, el concepto de felicidad se utiliza de forma general, como reclamo comercial. Si no nos sentimos felices, es como si la vida ya no tuviera interés. Si los niños, niñas o adolescentes no se sienten felices, es como si su vida ya no valiera la pena.
El bienestar genera motivación y optimismo sobre una base realista y no tiene necesariamente una fecha de caducidad. Un aspecto importante es que, dentro del bienestar, tienen cabida, por ejemplo, las emociones incómodas como la tristeza o la frustración, que nos permiten aceptar las pérdidas y las decepciones y que, por lo tanto, nos facilitan dejarlas atrás para seguir avanzando de forma resiliente.
La felicidad, por su parte, genera sensaciones mucho más intensas y explosivas y, por lo tanto, más placenteras, pero efímeras y con una motivación y un optimismo falsos. La felicidad no admite la tristeza ni la frustración, o bien la felicidad termina cuando percibimos estas otras emociones. Después de una explosión de felicidad, si no llega otra, tendemos a sentirnos vacíos, sin objetivos vitales.embargo, es necesario hacer una aclaración: el bienestar no equivale a felicidad.
El bienestar genera una motivación y un optimismo de base realista y no tiene necesariamente fecha de caducidad. La felicidad genera sensaciones mucho más intensas, pero efímeras. Fuente de la imagen: Freepik
¿Existe tal diferencia en el cerebro?
A nivel neurohormonal y neurotransmisor, la diferencia entre el bienestar y la felicidad no radica en las moléculas específicas que se producen, sino en la proporción en la que se encuentran estas moléculas y en las respuestas generadas por el cerebro.
Esta proporción depende de cada situación específica y de algunos factores genéticos y epigenéticos, así como del aprendizaje y las experiencias previas que han dado forma a las redes neuronales. Todo ello vuelve a centrar la atención en el bienestar emocional experimentado durante la infancia y la adolescencia.
Los principales neurotransmisores y neurohormonas implicados en las sensaciones subjetivas de bienestar son:
Endocannabinodes o cannabinoides naturales: afectan al estado de ánimo, la memoria y diversos procesos cognitivos. Esta es una de las razones por las que los adolescentes y los jóvenes con un bajo nivel de bienestar son más propensos a ser consumidores de cannabis.
Endorfinas: son unos opioides naturales, que disminuyen la sensación de dolor, tanto físico como emocional, y también promueven un estado de ánimo positivo.
Dopamina: implicada en las sensaciones de recompensa y anticipación de recompensas futuras por acciones realizadas en el presente —como retos, esfuerzo y planificación— y también en las sensaciones de placer, motivación y optimismo.
Oxitocina: promueve el establecimiento y el mantenimiento de los vínculos sociales y está relacionada con el placer social.
GABA: genera una sensación de calma mental y reduce la ansiedad.
Serotonina: está relacionada con la confianza, la autoestima y la autopercepción positiva, los sentimientos de dignidad, el sentido de pertenencia y el estado de ánimo positivo.
Adrenalina: o epinefrina, que genera sensación de vitalidad.
Generar ambientes que favorecen el bienestar emocional es un tema fundamental para un desarrollo saludable. Fuente de la imagen: Freepik
Por estas razones, crear entornos que promuevan el bienestar y que ayuden a los niños y adolescentes a acceder a ellos y gestionarlos es una cuestión fundamental para un desarrollo saludable.
Este desarrollo debe influir positivamente en la juventud y la edad adulta, en la construcción de personas sanas y equilibradas. En consecuencia, también debe influir en la construcción de una sociedad lo más justa, digna y respetuosa posible.
Si queréis saber más sobre bienestar emocional y resiliencia en la infancia y la adolescencia podéis leer el 16º Informe FAROS, en el que se ofrecen herramientas para familias, escuelas y entornos sociales con el objetivo de promover una salud mental adecuada a lo largo de las diferentes etapas evolutivas.
Esta información es de carácter divulgativo y no sustituye la tarea de los equipos profesionales de la salud. Si necesitas ayuda, ponte en contacto con tu profesional de referencia.
PhD. Biologia. Especialista en genética y neuroeducación. Sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo; Departamento de Genética, Microbiología y Estadística; Universidad de Barcelona. Fundador de la Cátedra de Neuroeducación UB-EDU1st.
Reforzar los activos de salud mental y emocional desde el inicio de la vida es invertir en una sociedad más justa, más empática y cohesionada. En este artículo le compartimos los principales aprendizajes y mensajes clave para guiar a las familias, los profesionales y las administraciones para contribuir al bienestar emocional de niños y adolescentes.
La resiliencia es reconocida cada vez más como una habilidad fundamental en el desarrollo infantil, ya que tiene importantes implicaciones en la salud emocional, el rendimiento académico y el funcionamiento social, entre otras.
Grabación del webinar sobre cómo podemos fomentar la resiliencia en la adolescencia, una competencia esencial para prevenir problemas de salud mental y promover el bienestar emocional en los jóvenes; y presentación del programa Henka del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.
El próximo 9 de octubre te invitamos a la presentación del 16º Informe FAROS: Navegando las adversidades, claves para una infancia y adolescencia resilientes.